Autismo en la adolescencia.

REFLEXIONES

Mauricio González

6/29/20254 min read

man in brown sweater sitting on chair
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La soledad invisible: Adolescencia, autismo y el lenguaje que no se ve

Hay una soledad que no se nota. Una que ocurre incluso cuando hay personas alrededor, cuando se está físicamente acompañado, pero emocionalmente aislado. La veo con frecuencia en adolescentes con autismo. Siempre recuerdo a un joven que me dice en mi consulta "me puedes dar una pastilla para tener amigos?". Es una soledad que no siempre se nombra, que muchas veces se confunde con indiferencia o con falta de interés. Pero está ahí. Es real. Y duele.

Soy terapeuta del lenguaje y la comunicación, y he tenido el privilegio —sí, el privilegio— de acompañar a chicos y chicas autistas en su desarrollo comunicativo durante más de tres décadas. Y cuando digo “privilegio” no es una frase hecha. Es aprender a diario sobre otras formas de estar en el mundo. Es ver el esfuerzo que implica, para muchos, algo que otros damos por sentado: sostener una conversación, entender una broma, saber cómo iniciar una amistad.

Y es también observar, con preocupación y a veces con impotencia, cómo la adolescencia puede volverse un campo minado para ellos.

La adolescencia: tierra de contrastes

La adolescencia es un período de transformación profunda. El cuerpo cambia, el pensamiento se complejiza, y sobre todo, cambian las necesidades afectivas. En la infancia, la socialización suele estar más guiada, más estructurada: hay adultos cerca, hay reglas claras, hay espacios compartidos que no exigen tanto ajuste social.

Pero en la adolescencia, las relaciones se vuelven más sutiles, más basadas en la reciprocidad, en la lectura de emociones, en los códigos implícitos. Se espera que los chicos y chicas puedan adaptarse, "leer el ambiente", participar de conversaciones grupales fluidas, entender la ironía, navegar malentendidos, y expresar desacuerdos de forma diplomática. Se espera mucho, pero no todos pueden responder con las mismas herramientas.

Y ahí es donde entra en juego la pragmática del lenguaje.

La pragmática: el lenguaje que organiza nuestras relaciones

Cuando hablamos de lenguaje, solemos pensar en vocabulario, pronunciación, gramática. Pero el lenguaje es mucho más que eso. La pragmática es la dimensión que nos permite usar el lenguaje de forma socialmente efectiva. Es lo que hace posible que dos personas se entiendan, incluso cuando no dicen todo explícitamente.

La pragmática es saber:

  • cómo iniciar una conversación de forma apropiada,

  • cuándo es momento de cambiar de tema,

  • cómo interpretar el tono de voz o el sarcasmo,

  • cómo usar el lenguaje corporal para acompañar lo que decimos,

  • cómo responder a una indirecta o a una insinuación emocional.

En el caso de muchas personas autistas, esta dimensión del lenguaje se ve afectada. No porque no quieran comunicarse, sino porque las reglas de ese “juego social” son borrosas, ambiguas y a menudo contradictorias. Lo que para otros es intuitivo, para ellos es un enigma.

He conocido adolescentes que pueden recitar definiciones complejas, pero no saben cómo decir “¿puedo jugar con ustedes?”. Otros que son profundamente empáticos, pero no saben cómo expresar consuelo con palabras o gestos. Algunos tienen un lenguaje elaborado y técnico, pero no logran mantener una charla informal sin que se vuelva un monólogo.

Y detrás de estas dificultades, muchas veces hay frustración. Y hay soledad.

“Quiero tener amigos, pero no sé cómo”

Estas palabras me las dijo un adolescente durante una sesión. Tenía 13 años, un vocabulario riquísimo, interés por los autos y las patentes o matrículas como les dicen en otros lados. Una sensibilidad que se notaba en cada respuesta que daba. Pero en el colegio lo evitaban. No sabían cómo interactuar con él. Y él tampoco sabía cómo acercarse.

Este tipo de situaciones no son excepcionales. Y aunque trabajamos la comunicación desde múltiples ángulos —rol-playing, modelado, guiones sociales, interpretación de emociones, uso del lenguaje no verbal—, también tengo muy claro que el trabajo no puede recaer únicamente en la persona con autismo.

Porque esa soledad no es solo consecuencia de una diferencia neurológica. Es también consecuencia de un entorno que no se adapta, que no ofrece puentes, que no tiene paciencia.

¿Cómo se aborda desde la intervención?

Trabajar la pragmática en adolescentes con autismo no es simplemente enseñar “normas sociales”. No es dar recetas o guiones de actuación. Es ayudarles a entender cómo funcionan los intercambios, a identificar claves contextuales, a reconocer sus propias emociones y las de los demás. Pero también es ayudarlos a encontrar formas auténticas de comunicarse, que no impliquen fingir ni camuflarse.

Hay adolescentes que descubren que pueden participar de grupos de su interés (clubes de ciencia, programación, ajedrez, manga, etc) donde los códigos sociales son más estructurados y previsibles. Otros encuentran su voz a través del arte, de la escritura, de la música. Nuestro rol como terapeutas es ampliar ese repertorio, abrir posibilidades, reducir la ansiedad social, y fomentar la confianza.

Pero también, y esto es fundamental, es trabajar con el entorno: padres, docentes, compañeros. Sensibilizar. Educar. Porque la inclusión no ocurre por decreto: ocurre cuando hay entendimiento mutuo.

¿Y la soledad?

La soledad no siempre se ve. A veces se esconde tras un silencio prolongado, una risa forzada, una pantalla. A veces se disfraza de apatía o de aislamiento voluntario. Pero la mayoría de las veces, cuando se genera un espacio seguro y respetuoso, esa soledad se nombra. Y cuando se nombra, se puede acompañar.

Nadie debería sentirse excluido por comunicarse de una forma distinta.

Mi deseo, como profesional y como persona, es que aprendamos a ver más allá de las formas. Que escuchemos con más atención. Que no midamos la valía de alguien por su capacidad de “encajar”, sino por su humanidad, por su deseo de estar con otros, aunque ese estar se exprese de forma diferente.

Porque detrás de cada dificultad pragmática, hay una persona con ganas de conectar.

Y conectar, al final del día, es lo que todos queremos.

Un terapeuta del lenguaje que aún cree en el poder transformador de una conversación y el lenguaje.

Mauricio.